Margarita Checa: una propuesta más personal
Crítica de artes plásticas
Exposición: Esculturas de Margarita Checa galería: Camino Brent (Burgos 170, San Isidro).
El hombre, la figura humana como posibilidad de representación, es la más antigua motivación del que hacer escultórico. El cuerpo humano como centro y principio último de la experiencia vital ha sido la mayor preocupación, la primera y más inmediata y por cierto el campo fértil para desarrollar no sólo pericia y habilidad artesanal, sino el discurso vivo imprescindible que incluye toda búsqueda de sentido. En su magnífico y erudito estudio sobre la escultura del siglo XX, Hans Joachim Albrecht refiere que Alberto Giacometti, uno de los grandes escultores del siglo, decía con relación a su trabajo: ” lo que pretendo no es la apariencia de la realidad, sino la plena semejanza…”, y luego definía éste, su estilo nuevo, como “…la manera de ver algo, fijado en el espacio y el tiempo…”.
Estas, definiciones, que tanto ayudan a comprender los esquemas, los principios de la escultura de este siglo, no se basaban en la objetividad de lo representado, sino en la posibilidad de expresar conceptos subjetivos, vivencias que no se pueden reproducir sino en todo caso reconstruir.
Esta misma capacidad sensorial que permite al hombre moverse en el mundo es alertada, excitada, por la reproducción de su cuerpo o de la vivencia que formas aproximadas a ese cuerpo puedan recrear. Visto de este modo la escultura se vuelve experiencia refleja y motivo renovador, fuente de reconocimiento y también de sensaciones nuevas.
A través del tiempo y las circunstancias, los artistas han desarrollado en mayor o menor grado estas premisas, optando para ello por decisiones formales que los han llevado desde el más prolijo y exacerbado gusto por la reproducción fiel hasta la total abstracción.
Estas consideraciones y citas se nos aparecen de inmediato ante la exposición de esculturas recientes de Margarita Checa.
Dueña de una exquisita sensibilidad y de una extraña fuerza sensual, esta artista ha logrado ese reconocimiento primordial del hombre y la mujer, a través de figuras construidas con un sentido axial que determina volúmenes sencillos, contundentes e innegablemente totémicos.
Evocación de humanidad entendida como presencia única, irrepetible, estas obras parecieran invocar un carácter sacro, un silencio de respeto y amor, una alegoría a la fragilidad tras su solidez contundente.
Esas columnas vertebrales, que suaves oquedades permiten desnudar a nuestros ojos, nos hablan de este casi engaño de la apariencia y el gesto y nos recuerdan el peligro de admitir por cierta la primera evidencia. Mediante un marqueteado más oscuro, contrastado, Checa hace alusiones a esa misma estructura de soporte, a sus características y sus condicionamientos, pero también a la sensibilidad a flor de piel y a la posibilidad de renovación y continuidad que es toda procreación. Si entendemos, que la escultura se define por nuestra relación espacial con ella, podremos admitir que estas piezas nos atraen y nos incluyen en “su” espacio, nos obligan a compartir y confundir su entorno con el nuestro.
Luego de intentos previos, donde la presencia de Cristina Gálvez su maestra se hacía sentir con fuerza, Margarita Checa está arribando a planteos propios y personales que la colocan en un importante lugar dentro de la escultura peruana de la década.
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