Margarita Checa – Galería Lucia de la Puente
“La tierra no le pertenece al hombre, sino que el hombre le pertenece a la tierra. Todo está conectado, como la sangre que nos une a todos. El hombre no tejió la trama de la vida, es una mera hebra de la misma. Lo que le haga a la trama, se lo hace a sí mismo.” Con estas palabras, Margarita Checa (Lima, 1950) declara de manera sintética el espíritu que anima a “La trama de la vida”, su exposición de esculturas de factura reciente, en la Galería Lucia de la Puente. El conjunto de diez esculturas de maderas diversas y dos de bronce representa unelenco de personajes en los que late el reclamo de lo humano entendido como afirmación de la individualidad en conexión con la dimensión de alteridad. Es decir, se percibe en la serenidad introspectiva de estos adultos (de estatura ligeramente superior a los dos metros, a excepción de los bronces de pequeño formato) y niños (de altura natural) una respetuosa unión con “el otro” asi como con “lo otro” (la naturaleza).
El estilo de las piezas responde al lenguaje que la artista adquiere desde su formación en la Pontificia Universidad Católica del Perú y el taller de Cristina Gálvez, consolidado durante la década de los años ochenta. Se trata de una representación naturalista de la figura humana, matizada por la estilización de ciertas partes: dolicocéfalos y de grandes pies (acaso en alusión al contacto con la tierra), los componentes de la asamblea ritual congregada en el espacio galerístico interpelan al espectador con su gestualidad corporal y sus expresiones faciales. El catálogo de emociones que informan a los personajes abarca desde el hieratismo contemplativo hasta el asombro de vivir propio de los niños. La madera (predominantemente de olivo, pero también otras provenientes de la inmensa Amazonia) luce un colorido natural, con acabado brilloso y liso que invita a la aproximación táctil. Un rasgo distintivo de la retórica de Margarita Checa es el empleo de incrustaciones de materiales diversos: cornamenta de toro, madera, piedra de Huamanga (alabastro andino), plata, bronce. La artista continúa así con la antigua tradición peruana de la taracea, desarrollada desde tiempos precolombinos en metalistería y continuada durante la Colonia en mobiliario y otras aplicaciones.
“Lo inevitable” ejemplifica los caracteres generales antedichos. La pieza, de hermético titulo, fue realizada en 2008, y combina el olivo y la caoba. El niño es representado en escala natural, pero su cráneo, manos y pies acusan la estilización practicada por nuestra escultora; lleva en bandolera una suerte de correa con la que sostiene a un gran pez de reminiscencias amazónicas. Las escamas de éste son fragmentos de cuerno de toro, material que se integra con la madera en armónico contraste. El contacto entre las manos del pequeño y el cuerpo del animal sugiere una cohabitación fructífera del entorno natural (recordemos: “Todo está conectado”). La desnudez del ser humano lo exime de cualquier circunscripción cultural específica: estamos ante representaciones que se instalan en el plano de lo universal. Es esta prescindencia de coordenadas espacio-temporales lo que otorga una dimensión mítica a los personajes de Margarita Checa, en cuanto su problemática deviene transcultural y permanente en el tiempo. Aun cuando aparezcan vestidos (incluso con mantos, tocados o brazaletes), los cuerpos nunca están totalmente cubiertos. En la utopía de la artista, los hombres, las mujeres y la tierra (que “no le pertenece al hombre”, sino a la inversa) conforman de manera inseparable el entramado vital.
Complementan el conjunto de esculturas dos bronces de formato menor (48 y 33 cm de altura). En éstos, la estilización es más acentuada que en las piezas de madera; la esbeltez de los cuerpos y la textura del metal evocan el lenguaje de Giacometti. Como sus pares de la muestra, lucen sobrias vestimentas, que en estos casos son plateadas y contrastan con la pátina oscura de la piel: una suerte de faldellín en un caso, una falda talar en el otro. A despecho de sus dimensiones, estas esculturas ostentan una monumentalidad seguramente explicable por la deliberada desproporción de los miembros. Una de ellas lleva el mismo título de la muestra; su actitud de tanteo con una mano parece metaforizar el llamado de la autora a conservar la capacidad de sorprenderse ante la vida, a defender el descubrimiento como vocación irrenunciable.
Las palabras iniciales trasuntan una declaración de humildad. El hombre parece desconocer su naturaleza de “animal simbólico” (en palabras de Cassirer), en la medida en que, guiado por una supuesta racionalidad, atenta contra los principios de equidad hacia sus semejantes y respeto por el medio ambiente. En efecto, la etimología de “símbolo” remite a las ideas de reunión, juntura (en oposición, “diábolo” es el que desune). Sin alusiones literales (pues no se percibe una “agenda” evidente), la obra de Margarita Checa pone sobre el tapete la imperiosa necesidad del hombre de reunirse, en términos de reconciliación, consigo mismo, con el otro y con la naturaleza. Desde la madurez de su propuesta, la artista nos invita a (re)incorporarnos a la trama de la vida.
Luis Agusti
Margarita Checa. Lo inevitable, 2008. Olivo y caoba con incrustaciones de cuerno de toro. 120 x 44,5 x 46 cm. (47×17,5×18 pulgadas).
ART NEXUS COLOMBIA
LIMA/PERÚ
Atras