CRITICA DE ARTE
Margarita Checa, Fernando Taboada
Elida Román
Con “Las puertas de la percepción” (Galena Lucía de la Puente), Margarita Checa ratifica la excelencia de su oficio y su capacidad para cargar de significados y posibilidades, esos personajes que ya llevan su marca. Personajes qué vimos por primera vez en su exposición de 1989, donde, ya desligada de la influencia de su maestra Cristina Gálvez, aparecieron con rotunda presencia, inaugurando un estilo personal y el desarrollo de un planteo original y preciso. Piezas que guardaban un cierto aire totémico que ha sido desplazado, a lo largo de estos años, para dar paso a una mayor fidelidad realista, aunque nunca abandonando su condición de síntesis y enunciado simbólico. Es esta última calidad, la simbólica,
la que va ganando espacio en la obra de esta excelente escultora Símbolos que se instalan, en primer lugar, en las figuras adultas estilizadas, de actitud impasible, detenidas y contenidas, deshabitadas de pasión aunque cargadas de todas las emociones. Para señalar su propósito, Checa asigna una pieza adicional (la base en “El eterno círculo”, el escudo en “El guardián de la energía”, p.e.) a la que trabaja casi a modo de mosaico, con incrustaciones en materiales y color definidos y contrastantes, creando una nueva composición simbólica que abre las puertas a la búsqueda de arcanos. La más evidente, en este sentido, “Las puertas de la percepción”, donde en los planos entreabiertos se encuentran inscriptas metáforas; del sol, la luna, la serpiente, el rayo, en pulcro y meticuloso taraceado.
Sus niños, en cambio, presentan formas puras, sin aditamentos, logrando mostrar una ternura que se siente inmediata, en su abrazo con los animales. Los otros pequeños, son metáfora de la vida. “El naufragio” quizá anuncia la inocencia perdida, y “El sueño y su sombra” la nostalgia por la esperanza, el anuncio de la frustración, ese desasosiego que trasmite “Iniciación” y alcanza drama y dolor en “Anamnesis”, la interrogación a la muerte.
Sin duda es en las esculturas en madera donde la artista logra su mayor éxito, donde el pulido exquisito y la revelación de la veta le permiten evocar el latido de la vida.
En la misma galena, Fernando Taboada exhibe “Luces y sombras”, breve conjunto de obras de gran formato, reveladoras de una notable madurez en su pintura.
El artista ha planteado verdaderos contrapuntos de diseño y gesto. Y ha logrado pinturas que se muestran en tensión, en una oscilación constante de significados y alteraciones. Sin desechar lo gestual, asimilable al efecto matérico, Taboada lo domina y limita, para oponerlo a superficies más neutras en las que sólo esboza alguna línea su gerente, o a dibujos incompletos, fragmentos de cuerpos o siluetas arquitectónicas, perfiles de zonas conocidas apenas insinuados. “La anunciación” y “Mauvais anges” son buen ejemplo de lo propuesto.
Si bien su utilización de color crudo y vibrante es abierta y alejada de concesión a la amabilidad de gradaciones o veladuras, es en la utilización del carbón y los neutros donde Taboada logra sus mayores efectos expresivos.
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